“Señor, ¡qué bueno es que estemos aquí!”

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Una vez terminada la Semana Santa, los catorce seminaristas de la etapa discipular hemos tenido unos días de convivencia en Monasterio de la Conversión, en Sotillo de la Adrada. Allí una comunidad de hermanas agustinas testimonian la belleza de la vida consagrada y ofrecen una hospitalidad que habla del amor de Dios. Pudimos disfrutar de unos días muy tranquilos, de oración, fraternidad y descanso. El lugar, el paisaje, frente a las primeras estribaciones de Gredos, el buen tiempo,… todo nos remitía a la alegría de la Pascua, a la certeza de la victoria de Cristo y de su presencia en la Iglesia.

Tuvimos la oportunidad de escuchar a las monjas del monasterio, que nos ayudaron a profundizar en el sentido de la vida consagrada y de la radicalidad con la que profesan vivir los consejos evangélicos. También dos hermanas compartieron su testimonio de vocación y de vida fraterna.
Hubo dos momentos para revivir la experiencia de los discípulos de Emaús: de dos en dos pudimos hablar de nuestro camino de encuentro con Cristo y animarnos a vivir más intensamente su seguimiento.

Para terminar la convivencia, nos fuimos a la bolera, ocasión para descubrir talentos ocultos, y a cenar juntos.

Han sido días sencillos pero fecundos, cargados del gozo de la comunión. Sin duda, todos pudimos, al igual que san Pedro, experimentar esa correspondencia en el corazón que lo llena de alegría: “Señor, ¡qué bueno es que estemos aquí!”(Mt 17, 4).

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